De esas procesiones de siempre, de las que se viven con devoción, de las que cada Miércoles Santo reunen a multitud de cacereños que se acercan para contemplar la austera majestuosidad de la Semana Santa cacereña. Santa María de la Esperanza y el Santo Crucifijo inaguran el ecuador de la Semana Santa que a partir de la noche del Miércoles reune los nueve últimos cortejos antes del Santo Entierro de nuestro Señor que acompañará Santa María de la Soledad en la noche del Viernes Santo.
El palio de la Esperanza recorrió las principales calles de la ciudad al compás de las marchas procesionales y del rítmico sonido de las horquillas. La Virgen bajo palio acompañaba al Stmo. Cristo de la Buena muerte, Su hijo, en un desfile solemne que reune a la sociedad cacereña que se acerca a saludar a los pasos. Al paso de María de la Esperanza se santiguan los devotos, cantan saetas las mantillas que la acompañan y sonríen los niños de la Cofradía de los Ramos que cansados se encaminaban hasta el Templo de San Juan. Una procesión que atendiendo a la advocación de la titular proclama Esperanza para la Resurrección del Domingo.
A la medianoche, ya entrados los primeros minutos del Jueves Santo se abrieron las puertas de la Con Catedral. El muñidor anunció el inicio del cortejo del Cristo Negro, cita obligada en la Semana de Pasión cacereña. El imponente y riguroso silencio, los rostros ocultos de los hermanos, el palpable olor a incienso y y las llamas ardientes de las antorchas congelaban el momento para todos los testigos de la procesión. La cruz de guía que precedía a la esquila abría el cortejo fúnebre por las tortuosas y estrechas calles de la ciudad monumental, abarrotadas de curiosos que no querían perderse el cortejo. La talla, que por su color parecía ocultarse en la oscuridad de la noche, era el centro de las miradas atónitas. La historia, las leyendas y la solemnidad incomparable de esta hermandad que roza los seis siglos desde su fundación han vuelto a hacer de la noche del Miércoles Santo, un momento en la Pasión cacereña que no deja indiferente a nadie.
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