21 de abril de 2014

Nuestra Señora del Buen Fin y Nazaret, en la soledad del Sábado Santo.


Como un sueño efímero, que se escapa de nuestras manos como la vida de Cristo en Su Expiración, fugaz como el destello de María Santísima de la Estrella, desolador como el espada de plata clavado en las entrañas de la Dolorosa...¡Cuánto sufrimiento y lágrimas para un final de Triunfo y Victoria! Para la Resurrección del Redentor que ha sufrido por las calles y plazuelas del Jerusalén medieval de nuestra ciudad habría que esperar hasta un Domingo Glorioso que culmina en lo más alto el fin del Triduo Pascua. Mientras tanto, el Sábado Santo, aún día de luto y soledad sólo queda acompañar a la Virgen en su nostalgia y melancolía. Un día de recogimiento y oración, de vigilia y espera; esto fue el Sábado Santo hasta 1956, una pausa en la que no tenían cabida los actos públicos ni las procesiones.

El Pontífice Pío XII, inició en 1956 una reforma litúrgica en la que revisó por completo todas las celebraciones de la Semana Santa. Uno de los cambios más destacables de esta reforma, fue el permiso para que el Sábado Santo se convirtiese en una jornada más para procesionar y demostrar públicamente el amor a Cristo en las estaciones de penitencia a partir de las primeras horas de la tarde.

En Cáceres, la Cofradía de las Batallas realiza su segunda estación de penitencia en las últimas horas de la tarde. Nuestra Señora del Buen Fin y Nazaret, a los pies de la Cruz Exaltada procesionó por las callejuelas del Cáceres antiguo en un cortejo austero, solemne y donde no cabe más tradición castellana. Resulta llamativo el parecido de esta imágen con la otra titular mariana de la Cofradía, el motivo de la semejanza resulta de la realización del rostro de la Virgen del Buen Fin a partir de una mascarilla de la Virgen de los Dolores del siglo XVII, por el imaginero sevillano Francisco Berlanga de Ávila.



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